Una dosis de Sofía

Aquí tienes a una mujer que se puede tomar en vaso, o en cuchara.

En dosis monumentales o mínimas.

Sirve para aliviar dolores de cabeza, o de corazón.

Una foto de ella en la cartera te traerá mejor fortuna que cualquier santo.

Un mechón de su cabello debajo de tu almohada seguro que espanta cualquier pesadilla.

Hay quien lleva un poco de su risa enfrascada, para aliviar el soponcio después de comer.

A los condenados a muerte, unas cuantas gotas de sus lágrimas en los ojos, para que mueran a gusto.

Y a los condenados a vida, regálales su conversación, para estimularlos del cerebro.

Si ves a alguien llorar, dale una de sus caricias (las venden en caja) y seguro se tranquiliza.

Y al que vaya por la calle cabizbajo, dale una de sus sonrisas y desde luego que se anima.

Pero a mí me gusta desde que estoy en la calle, afuera de su casa.

Cuando se abre la puerta y se me sale el corazón por la garganta.

Me gusta más cuando se sienta a mi lado y nuestras manos apenas se tocan.

Cuando me rasca la espalda, o cuando me toma la cara.

Cuando se ríe fuerte, potente como su alma.

Cuando se muestra impetuosa y salvaje.

Cuando se calla y cuando me observa.

Cuando se guarda y cuando me besa.

Incluso, cuando se burla de mi torpeza.

Si por mí fuera, la desharía con la mirada, para armarla después, de memoria, con las yemas de mis dedos.

Cargaría a donde fuera la curva de su figura, delicada y elegante.

Me aprendería sus lunares, para  dibujar con suspiros la geografía de su piel.

Llevaría conmigo el perfume de ella, para oler y recordar nuestro tiempo juntos.

Llevaría conmigo el roce de sus labios, para emocionarme por el tiempo que nos queda.

Vaya, si por mi fuera, la llevaría a ella, completa, a todos lados.

Para sentirme hombre.

Para saberme humano.

Porque aquí tienes a una mujer que merece un amor de los antes, sencillo, sin prisa y sin dudas.

Entonces, darme una sola dosis sería matarme de hambre.

Equivaldría a negarle agua al naufragado.

Quitarle la medicina al enfermo.

Quitarle el abrigo al damnificado.

Si me ves por la calle, o me ves en mi casa,

Adolorido, quejumbroso, cansado, sonriente, enojado, tranquilo, dormido, aburrido, alegre, confundido, angustiado, fastidiado, o satisfecho.

Dame mil dosis.

Mil dosis para mí, que la quiero diaria.

Mil dosis para mí, sea dulce o picante o amarga.

Mil dosis para mí, una por cada una de las constelaciones que cubren su cara.

Gerardo Gómez Ríos

Esposo, padre, hijo, ingeniero y autor.

https://www.gomezrios.com
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