Un café durante la tormenta

Se está oscureciendo rápido.

Sí.

¿Quieres un café?

Claro.

Se escucha un trueno, un segundo después se ve el destello. La tormenta viene fuerte.

Nos vemos, tú casi entrando a la cocina y yo sentado en el comedor, y te noto un poco nerviosa, nunca te han gustado las tormentas.

Mi hermana siempre hacía un fuerte con sillones y colchas y nos metíamos ahí abajo y me leía un libro a la luz de una linterna. Siempre me hacía reír.

Si quieres hacemos un fuerte y nos metemos debajo de la colcha, pero no te voy a leer nada.

Tu risa sardónica me dice todo lo que tengo que saber. Esta no será la noche. La decepción en mi cara te da risa y tu risa a mi me causa una mayor. Nos acercamos y nos abrazamos como hacen los amantes viejos. Ahí debajo de nuestro techo, a salvo, nos resguardamos de la tormenta que ahora ruge.

La lluvia pega duro contra los vidrios, los truenos retumban en todas las habitaciones y los relámpagos ofrecen ráfagas de intermitencia que hasta me ciegan por unos segundos.

La luz se va.

Me paro del comedor y cierro la puerta corrediza que da al patio, el techito que tenemos no será suficiente para evitar que entre la lluvia.

Creo que ya no podremos tomar ese café.

Sí podemos, tengo un poco de café molido, puedo calentar agua en la estufa.

Caminas nuevamente hacia la cocina y yo muevo una silla para sentarme. Los golpes en el vidrio me sobresaltan. Volteo a la puerta del patio y veo una silueta.

Sofía, ¡ve con el bebé! Hay alguien afuera.

Te apresuras a mi lado, la curiosidad más grande que el miedo. Y un relámpago nos ilumina y nos deja ver a tu hermana, empapada de pies a cabeza, pidiéndonos entrar a la casa.

¡Ay cabrón! Me asusté.

Me río de nervioso y tú también.

Déjame traer una toallas, aquí tengo en la lavandería. Me dices.

Yo abro la puerta.

Melissa, te la bañaste, estás empapada.

Sí.

Me dice a través de una sonrisa. Veo sus dientes blancos, que destellan entre la luz de los relámpagos.

Llegas tú con las toallas y se las das a tu hermana. Pero no dices nada más. Me extraña un poco, honestamente, porque siempre se han llevado muy bien. Ni siquiera le preguntas porque está tan mojada, que cualquiera hubiera hecho.

Voy a hacer café, dices. Y te escabulles a la cocina.

Melissa se comienza a secar y yo pretendo hacer conversación, cuando me llamas desde atrás de la puerta.

¡Gerardo, ven, no encuentro el café!

Volteo para ver a tu hermana, dudoso, queriendo contagiarle mi humor. Y ella me ve de vuelta, con curiosidad.

¡Amor, si tú no sabes dónde está, yo menos!

¡Ven ya, por favor!

Levanto los hombros y arqueo las cejas. Tu hermana entiende asintiendo la cabeza.

Entro a la cocina y apenas cierro la puerta me tomas de la cara. Nerviosa, sudando, casi temblando, me dices en un murmullo: Esa no es mi hermana.

La luz vuelve y se abre la puerta.

Melissa, o lo que sea que esté viéndonos, nos sonríe con unos dientes negros, podridos y hediondos que nos hacen retroceder.

¿Qué pasó con el café?

Gerardo Gómez Ríos

Esposo, padre, hijo, ingeniero y autor.

https://www.gomezrios.com
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