Lo que no te dicen de comer helado

Hoy me sentía aventurero

Y aunque no de una manera peligrosamente desafiante, sí lo suficiente para salirme un poco de la rutina diaria y someter a mi tierno corazón a un poco de tan necesitada adrenalina.

No vacilé mucho en mi sentir, ya que la respuesta a mis necesidades se vio respondida por la imagen de un hombre montado sobre su bicicleta, subiendo una colina, consumiendo un cono de helado.

Supe inmediatamente lo que tenía que hacer; aunque carezco de las habilidades motrices para manejar tal maquinaria con una sola mano, cuento con todas las aptitudes necesarias para ingerir un cono de helado.

Ahora, lector, yo sé que estarás dudando de mi persona, juzgando mi ser por lo poco que se requiere para inyectar emoción en mi vida. Algunos incluso dudarán de mi hombría, cuestionando lo que para mí entabla una aventura. Considera, entonces, lo siguiente:

Difícilmente, en cualquier lugar en el que elijas comprar tu helado, se te otorgará una cantidad de producto que vaya acorde con el tamaño del cono que lo sostiene. Solamente el hecho de que alguien pueda balancear dos grandes cucharadas de helado en tan pequeño cono se vuelve prueba de que delante de ti no hay lo que se consideraría una tarea común.

Tomas el cono en tu mano, ves el helado, la observas balancearse frágilmente sobre el cono e inmediatamente comienza una estrepitosa carrera contra el tiempo. No solamente debes de comerlo de tal manera que evites que se caiga al suelo, para siempre perdiendo tu helado, sino que debes evitar que escurra de cierto ángulo y te ensucie las manos. Esto es algo que prueba ser difícil incluso para el más experimentado de los consumidores.

Cuando finalmente llegas a un punto en que el helado ya no amenaza con caerse, te das cuenta, al mismo tiempo en que comienzas a comer más lento, que has sacado el aire que estabas aguantando. Tu corazón se tranquiliza un poco. Pero cuando al fin estás en ese punto de equilibrio y te das el lujo de realmente saborear lo que tienes en la mano, te percatas de que lo que más te gustaba era el sabor a peligro. La incertidumbre de saber si lograrías vencer a este infame producto lácteo.

Comer el cono es tan solo lo que finaliza la tarea, no hay nada especial en ello, en el caso extremo de que hayas vencido. Porque para el desafortunado que perdió su postre a la gravedad, se vuelve el premio de consolación, como dispararle al mensajero que porta malas noticias.

Te invito, lector, a disfrutar de esta aventura urbana que en muchas ocasiones damos por alto. Disfruta del placer de vencer a las fuerzas fundamentales del universo, dale un nuevo giro a algo que consideras común. Después de todo, la aventura la llevamos dentro del alma.

Sin embargo, si eliges comer tu helado en copa, con una cuchara, sin el peligro latente de perderlo, sabrás que, desde lejos, me estoy riendo de ti.

Gerardo Gómez Ríos

Esposo, padre, hijo, ingeniero y autor.

https://www.gomezrios.com
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