La verdadera cara del amor

Camino hacia la plaza de los amantes, porque ahí voy a poder llorar como se debe. Salvo los acostumbrados vagabundos, el lugar está vacío. La lluvia es poca, pero moja. Estos pobres hombres sin alimento ni refugio no saben a lo que me enfrento. Yo siento el dolor del hombre que dio demasiado y no recibió nada. Yo soy al que le han roto el corazón. Me piden una moneda. Hazte a un lado. Lo veo de reojo y no puedo evitar sentir lastima por mí mismo. El frío del cuerpo no es nada contra el frío del corazón.

Laurita me ha dejado.

Todo el amor que siento por ella ahora se ha convertido en una amalgama de tristeza, rencor y enojo. Quiero matar a alguien. Esto que siento no puede ser natural. Yo que la dejé ayudarme con todas mis tareas, que siempre la dejé caminar a mi lado, que dejé que la vieran conmigo para que todos los del fút supieran que era mía.

Otro vago me pide algo y lo tomo de la camisa. Siento el olor de un hombre que no se ha aseado en años; el asco que siento lo dejo libre a través de un golpe. Certero. Justo en el hocico. Quítate a la verga inútil. Consigue un trabajo. El anciano cae al piso, lastimado. Cuando llego a la estatua me siento a contemplarla. A ella encima de él, con la cabeza echada hacia atrás en placer. Unidos en lo que es un orgasmo infinito. Un estandarte de nuestro pueblo, dicen los viejos, recordatorio del amor que debe de regir nuestras vidas.

Pero nadie pone atención a la historia. A todos les gusta pensar que Dios los hizo piedra para que celebraran su amor por siempre, y que todos vieran y los tomaran de ejemplo. Pero obviamente soy el único en este puto pueblo que puede pensar. Dios los estaba castigando. Quedaron al límite del orgasmo, convertidos en estatua justo antes del clímax; condenados por siempre a sufrir la urgencia del cuerpo por soltar toda esa tensión del sexo. Pero nunca lo van a lograr. Y así estoy yo. Condenado a sufrir para siempre por las ganas que tengo del cuerpo de mi mujer. Del cuerpo de mi Laurita. Con todas las fuerzas que tienen mi cuerpo y mi alma me la quiero coger.

Y pensando en todo lo que no voy a poder hacerle, ahora si me pongo a llorar. La lluvia se hace más fuerte. Yo aquí me quedo tirado, decidido a sufrir en la lluvia fría de invierno, escuchando como las olas del mar cada vez se acercan más a la plaza. Ojalá hoy sea día de inundación. Y ojalá me lleven las olas muy lejos. Para que esa puta de Laura sepa que fue su culpa que yo haya muerto. Para que siempre se arrepienta de no haberse juntado conmigo, que solamente quise amarla. Ahí tirado me llaman la atención los ruidos que vienen del viejo convento. Parece que siguen trabajando. Escucho golpe tras golpe de pico y pala. Es muy tarde. No entiendo cuál es la prisa. Pero no importa, porque sea lo que sea que estén haciendo yo no lo voy a ver. Hoy es el día que muero.

En la esquina de una de las calles que dan a la plaza logro ver al vagabundo que golpeé. Al menos creo que es él. El farol apenas da luz para distinguirlo. La lluvia hace muy difícil ver. Pero veo su cara torcida de espanto y veo como me apunta. Logro definir algunas de las palabras que salen de su boca. Es él, es él, ahí está tirado. Pero no tengo ganas de descubrir que sucede. Aquí me voy a quedar tirado, disfrutando mi dolor. Nada que pueda hacerme él o sus amigos inmundos me va a poder afectar. Y así sigo viendo al cielo, hasta que esa vista se ve interrumpida por dos caras, que me ven hacia abajo. Me examinan, realmente, no solamente me ven. Pero sin poder decir ni una palabra, ya me están golpeando. Me voltean de espalda y me amarran las manos. No hagas ningún movimiento repentino, cabrón. Son policías, que vienen a arrestarme. Maldito vago fue a decir que le pegué. Mientras me arrastran hacia lo que, solo puedo adivinar, es la comisaría, veo al putito que me metió en este lio. Cobarde, le digo. Apréndete a defender hijo de tu puta madre. Pero no me responde. Solo me ve, despavorido. Echo la cabeza hacia atrás para convocar un gargajo de lo más recóndito de mi garganta. Escupo al vago, pero fallo. Le doy a uno de los chotos y eso me amerita otra tanda de golpes e insultos. No me puedo ver la cara, pero si puedo ver la del vago. Manchada de sangre y su camisa también. No pudo haber sido mi culpa, si apenas lo toqué, pienso. Suéltenme, yo no hice nada, le grito a los oficiales. Es culpa de él. Me revoloteo como pájaro enjaulado, quiero correr, pero uno de los cerdos me detiene la aspiración con un macanazo en la panza. Si no es porque me van agarrando de los brazos, ya estaría derrumbado en el piso.

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¿Qué es lo que tanto le ves a Laura? No sé, de verdad que no sé, Karina. Me gusta su cabello. De hecho, tiene el mismo color que el tuyo, pero el de ella es más largo. Así me gusta más. Y me encanta cuando está jugando voli y salta por el balón, como se le levanta un poquito la camiseta y le puedes ver el ombligo. Como se le forma el abdomen hacia abajo, me fascina. Es como si todo su tronco fuese un camino hacia su vagina. No puedo evitar pensar a que sabrá. Quiero lamerla toda. Pues a mí no se me hace tan bonita; además, tú lo dijiste, Marcelo, tenemos el mismo cabello. No es el mismo, claro que no, el de ella es más largo y además es más suave y cuando ella se mueve su cabello como que brilla. Pero ella no te hace caso, yo siempre te doy de mi comida y te dejo copiarte en los exámenes. Si, pero pues somos amigos, eso hacen los amigos. Ella… quiero que sea mi mujer. Quiero dármela. A ti no.

Me voy a casa llorando. Mi madre ni siquiera levanta la mirada cuando llego. Esta tirada en el sillón, vomitada. Pero hoy no la voy a limpiar, hoy no me importa nada. Me meto al baño y me paro frente al espejo. Repaso la figura de Laura en mi mente, esta quemada ahí, no la puedo dejar de imaginar. Se me viene la congoja cuando me imagino a Marcelo admirando a esa puta. Solamente lo está tentando. Cuando lo voltea a ver por encima de su hombro en clase, y las risitas entre ella y sus amigas cuando lo pasan en el pasillo. Solo está buscando que se la cojan, pinche urgida. En los vestidores la escuche decir que para deportes estaba usando la ropa de su hermanita, para que se le viera más apretada y se le levantara. Para que me vea Marcelo. Y sus amigas se rieron. Yo si lo amo de verdad. Yo lo entiendo y lo cuido. Siempre hago comida de más para decirle que se coma lo que me sobra. Porque él siempre tiene hambre. Siempre le hago la tarea cuando a él se le olvida. Y lo dejo que se copie de mi en los exámenes. Así se puede enfocar en el fútbol. Para que me saque de este pueblo de mierda cuando se haga profesional. Y con ese pensamiento me pongo a llorar más. Entre lágrimas y sollozos me ajusto la camiseta. Me intento mover de la misma manera que Laura en la clase de deportes, pero cuando se levanta mi camiseta no se me ve el ombligo, ni se me delinea el abdomen. Solamente veo la protuberante grasa que junto arriba de mi cintura. Tengo unos pelos ahí, y cuando sudo no brillo como lo hace Laura, solamente apesto. Si Marcelo quisiera vomitar, entonces sí pensaría en mí.

Me veo el cabello seco y sin brillo. Que me junto siempre hacia atrás con una liga, para que no me dé mucho calor en el cuello, porque luego empiezo a aventar ese sudor tan espeso y grasoso que me sale y me siento más asquerosa de lo que ya estoy. No sé en qué momento tomé un pan de la mesa de la cocina. Estoy a punto de terminar de masticarlo. ¡Me lo metí completo a la boca! Me odio a mí misma por ser tan pinche gorda. No hago nada más que comer, solo pienso en comida. Siempre le doy comida a Marcelo, pero después de yo haber comido todo lo que puedo. Me doy asco. Y entonces me meto el dedo a la boca, para vomitar. Pero no puedo hacerlo. Me veo el dedo ahora lleno de pan masticado y saliva gruesa. Y empiezo a llorar más porque me da miedo hacerlo. Me da miedo lastimarme y que me duela lo que quiero hacer. Pero al ver mi reflejo, con pedazos de comida en la camiseta, con saliva escurrida por la boca, desaliñada y asquerosa, mi determinación se redobla. Tomo ahora dos dedos y me inclino sobre el lavabo. Presiono fuertemente mi garganta, cuatro o cinco veces, pero no logro nada. Sigo intentando. Hasta que, al fin, se viene una tormenta de vomito que me llena el paladar y hasta se me sale por la nariz. Pero no me hace sentir mal. Al contrario. Me da alivio. Me saqué la gordura directo de la panza.

Así le voy a hacer. No tengo que dejar de comer, solo tengo que dejar de digerirlo. Los siguientes días así continúo. Ni siquiera hablo con Marcelo, ni con ninguna de las otras niñas. No quiero que nadie me vea vomitar. Aunque despacio, comienzo a bajar de peso.

Pero las cosas buenas nunca duran, y ahora la gente en la escuela se está dando cuenta. Hay una maestra que no me deja en paz. Siempre después de comer me sigue al baño, me pregunta cosas, que si todo bien en mi casa, con mis papás, con mis amigos. No le digo nada, porque me va a oler la boca y me va a ver los dientes. Pero si está ella no puedo vomitar. Entonces me tengo que ir de ahí. Lo mejor va a ser dejar de comer, así ya nadie me va a molestar. Además, como que tengo el abdomen hinchado, seguro por el esfuerzo del vomito, entonces ya mejor dejo de hacerlo. Así ya no tengo que batallar. Solo voy a comer lo mínimo necesario para poder estar despierta.

Los próximos días se difuminan unos con los otros. No puedo poner atención a nada, pero no importa. Hoy uno de los niños me dijo que me veía bien. Me veo en el espejo, pero aún no es suficiente. Todavía no me veo como Laura. Todavía me cuelga la grasa de la panza. El ombligo no se me ve como el de ella y mi cabello no brilla con el sol. No huelo tan bien como ella ni se me notan los huesos de la cadera cuando camino. Cuando me pongo lentes no me veo coqueta, me veo estúpida. Si me río nadie me dice nada de mi sonrisa. Si pido ayuda con los trabajos en clase nadie se apresura a mi lugar. Todavía no soy como ella. Todavía no soy ella.

 La escuela termina por el verano y yo me escapo hacia mi casa. Ni siquiera volteo a ver a Marcelo, que me dice que si quiero ir a comer con él. Llego a mi casa y mi madre no está. No importa, solamente quiero estar sola. Mejor me voy a quedar aquí adentro todo el verano, entre menos me mueva menos hambre me da. Y si solo estoy aquí acostada en la cama, puedo evitar cualquier tentación. Y cuando entremos a la escuela de nuevo de seguro Marcelo me va a ver y sabrá que soy mejor que esa pinche puta de Laura. Mi verano es fugaz. A veces veo a mi madre, a veces no. Pero nunca me voy de la casa. Cuando el dolor de cabeza se vuelve demasiado me como cualquier cosa que encuentre. Pero nunca pan. Nunca voy a comer pan de nuevo. Tomo solamente el agua que necesito para que no se me partan los labios. Y paso todo el tiempo que puedo acostada en la cama, pensando como cada segundo que logro no comer, es un segundo que avanzo para verme como Laura. No puedo dejar de pensar en ella. Todas las líneas que cruzan su cuerpo perfecto, que dibujan sus músculos y sus huesos debajo de esa piel de terciopelo que huele a lavanda. Fantaseo sobre mi vida, pero como hubiera sido todo si me viera como ella. Desde luego que no estaría aquí en este problema. Nunca me habría puesta tan gorda. Todos me verían con gusto y me recibirían como viejos amigos. Todos querrían sentarse a mi lado, hablar conmigo. Pero no soy ella. Puta inmunda porque le tocó a ella. La quiero ahorcar. Y quitarle esos ojos y ponérmelos yo y que todos me digan que bonitos ojos tienes Karina y decirles que sí, que son todos míos. Quiero su voz y su risa y sus dientes y su cabello perfecto que se mueve como el viento. Y quiero poder sentirme cómoda en mi propia piel. Y lloro. Siempre lloro. Lloro todo el verano porque soy miserable. Soy fea y gorda y Marcelo no me quiere a mí, la quiere a ella. Y cuando escucho a mi madre llegar me hago la dormida. Para no tener que lidiar con ella. Porque está tomada o enojada por algo o yo que sé. Pero solamente quiero que me deje en paz. Solamente quiero que todo esté bien.

De vuelta en la escuela la gente me ve con mirada cambiada. Las niñas parecen admirarme y los hombres me ven con lujuria. Por primera vez en muchísimo tiempo siento lo que es el éxito. En todo el verano perdí muchísimo peso. Se me olvida mi dolor de cabeza. Nadie lo puede creer, todos me dicen cosas, que me veo muy bien, que te pasó, quien eres. No puedo esperar a ver a Marcelo. Tenemos la primer clase juntos. Me voy a sentar al lado de él y seguro que ahora si va a querer ser mi novio.

¡Hola Karina! Que diferente te ves. Muy bonita, de verdad que sí. No te vi en todo el verano, te fui a buscar algunas veces a tu casa. Pero como nadie nunca contestó pensé que te habías ido con tu papá o algo. Veo que hiciste mucho ejercicio. Te ves muy bien. Lo primero que me dice Marcelo y me quiero reventar de la emoción. Le cuento alguna mentira solo para justificar mi verano. Pasamos toda esa primera clase hablando y riendo entre dientes. El profesor nos llama la atención varias veces. Pero no importa. Es el mejor día de mi vida. Cuando termina la clase salimos del salón hacia el pasillo. El sol está brillando, pero ya no está tan caliente el ambiente. La gente me ve y me saluda con mucho agrado. Me preguntan cómo lo hice, que me veo muy bien. Camino al lado de Marcelo hacia el patio de la escuela. Por primera vez en mucho tiempo se me olvida el hambre que siento. No hambre de comer, pero otra hambre que no puedo explicar.

¡Marcelo! Hola, mi amor, ¿cómo te fue en tu primera clase? Las palabras hacen eco en mi cabeza. Es la voz de Laura. Se me hace un nudo en la garganta. Y volteo lentamente. Cuando reparo, ya se están abrazando. Y sus labios se juntan. Yo me quedo espabilada. No lo puedo creer. Karina, ya se conocen, pero no importa. Te presento a mi novia. Me lo dice con un júbilo exacerbado. Como el cazador que al fin ha encontrado a su presa. Veo como la toma alrededor del hombro, y como ella se acomoda en ese espacio entre su brazo y su pecho y me quiero arrancar los ojos. Le toma el cabello y la acaricia, le dice algo que no puedo entender en una voz que no quiero escuchar. El grito que tengo dentro me está reventando las orejas. Quiero tomar a esta puta del cuello y retorcerlo hasta que se le caiga la cabeza. Me ven los dos, esperando algo. Reacciona puta madre, di algo, demuestra que ella no vale la pena, que la correcta eres tú. Pero no hago nada. Solo le digo, que padre Marcelo, que bueno que están juntos. Si verdad. Bueno, nos vemos al rato, vente, Laurita. Adiós Karina, que bien te ves, por cierto. Me guiña el ojo. Esta perra piensa que podemos ser amigas, cómplices de alguna índole. No puedo creer el enojo que siento dentro, las piernas me pesan y no me puedo ni mover. El resto del día es traslucido, todo carece de importancia. Llego a mi casa e inmediatamente voy a mi espejo. El sí me va a decir que es lo que tengo mal. Me examino de arriba a abajo. Me veo el abdomen, ahora plano, pero no es el de Laura. El espacio entre mis piernas está definido, mis brazos tienen poca grasa. Tomo la piel de mi cuello, es demasiada. Me gusta cómo se hicieron mis muslos, uniformes, poca definición. Pero mis rodillas ahora sobresalen. Seguramente es eso. Eso o mis pies. Los tengo gigantes. Y al fin identifico el problema. Que estúpida. Mi cabello no lo tengo tan largo como Laura, ni brilla. Eso significa que sigo gorda. Cuando enflaque me va a crecer mejor. Debo de tener grasa en el cuero cabelludo, que está bloqueando mis folículos. Seguro por eso no me crece bien el pelo. Tengo que esforzarme más.

Los siguientes días pasan muy rápidos. Nada me llama la atención. Solamente estoy concentrada en bajar de peso. La gente me sigue hablando en la escuela. Yo solamente me rio cuando tengo que. Y sonrío cuando tengo que. Solamente hago lo necesario para que nadie me empiece a cuestionar, no me gusta que me pregunten cosas. Y menos ahorita, estando tan cerca de llegar a mi objetivo. Pasan así varias semanas, mientras veo como se transforma aún más mi cuerpo. Cada vez estoy más cerca de tener el cuerpo que quiero. Un día Marcelo se me acerca. No me ha hablado en mucho tiempo. Seguro es porque estaba demasiado gorda. Ahora que bajé más de peso, ya no le debe de dar pena que lo vean conmigo.

Karina quiero que vayamos a tú casa después de la escuela. Quiero platicar algo contigo. Se me sube la temperatura, no lo puedo creer. Seguro ya se dio cuenta que su Laurita no sirve para nada. Yo soy la que lo debe de acompañar del brazo. Si, claro que sí. ¿Caminamos juntos? No. Ahí te veo, solo espérame.

Llego a mi casa y me pongo a limpiar. Lo bueno es que no está mi mamá. Seguro ya tendría todo vomitado. Tendría que esconderla. El solo pensarlo me hace reír nerviosa. Termino y me meto a bañar, rápido me pongo una blusa que hace que se me vea el ombligo. Escojo uno de los calzones bonitos que tengo y me pongo un pantalón que alguna vez me quedo apretado. Ahora me queda muy flojo, pero no tengo ropa nueva, todo es de cuando era pequeña o de cuando era una vaca. Escucho a Marcelo llegar y bajo emocionada. Apenas le abro la puerta y ya está entrando, tomándome entre sus brazos, besándome el cuello. Marcelo que ha-. Tranquila, no pasa nada, voltéate. No tengo muchas fuerzas para resistirme. Me comienza a bajar el pantalón y después el calzón. Me inclina hacia delante en el lavabo de la cocina y me toma de la cadera. Apenas y puedo repelar, no me sale la voz. Esto lo he querido durante mucho tiempo, aunque no de esta manera. No digo nada. Solo siento como está batallando con su cinturón. Quiero voltearme y besarlo, decirle que lo amo, que por favor me ame de vuelta. Pero ya se está agarrando el pene con una mano y a mí con la otra. Se escupe en la mano y me frota la vagina. Marcelo, espera p-. Silencio, tranquila, no digas nada, solo déjame, te amo. Esas palabras son suficientes para rendirme. Saco las nalgas hacia él, para que más fácil me adentre. El acto es rápido y fugaz. Es muy fuerte y me lastima en todas las partes de donde me toma. De los brazos, de la cadera, y de la vagina termino golpeada. Cuando al fin eyacula me suelta. Me volteo, buscando sus labios, para besarlo y decirle que quiero hacer esto todos los días. Pero ya se está subiendo el pantalón. Hablamos luego. Y se va.

En la escuela lo busco, para hablar de lo que pasó ayer, pero lo veo con Laura. Tomados de la mano. Me empiezo a marear. Hija de su pinche madre esta con mi hombre. Quiero gritarle que lo suelte, que es mío, que ayer me cogió y me hizo de él. Pinche gata no tiene nada que hacer con él. Pero Marcelo me ve antes y se pone de pie. Algo le dice a Laura y se me acerca. Ven. Me aleja de ella, me aleja de todos. Me dice que yo soy la única, pero que en este momento no puede terminar con Laura. El entrenador me hace más caso desde que empecé a andar con Laura, no puedo echar a perder esta oportunidad. Pero te juro que tú eres a la que quiero. Ayer dijiste que me amabas. Si… te amo. Solo no le digas a nadie por favor, tenemos que mantener esto en secreto. Cuando me haga profesional nos vamos a ir de este pinche pueblo de mierda, pero tengo que usar a Laura mientras lo logro. Me da un pequeño abrazo y se va. Me río por dentro. Pobre Laura estúpida, ahora ella va a sufrir. Mi hombre y yo la estamos engañando, esperando a que él pueda hacerse profesional, y entonces le va a revelar al mundo que yo siempre fui su primer elección. Que soy yo a la que realmente ama. Y me va a tomar del brazo y con orgullo va a proclamar que yo soy su mujer.

Durante los meses que siguen, casi todos los días Marcelo va a mi casa y repetimos la rutina. A veces es más lento, pero nunca dura más de cinco minutos. Nunca me ha besado, pero yo sé que es porque alguien se puede dar cuenta si le dejo mi labial embarrado. Siempre me la mete dándole yo la espalda. Y me dice que no me voltee. Tampoco me deja hablar. Me dice que es para poder concentrarse en el fútbol. Que si hablo o si me ve de frente se va a emocionar demasiado conmigo y va a querer decirle a todos la verdad. Pero este no es el momento. Yo entiendo. Debo aguantar.

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Laura, de que chingados estás hablando. Te la estas cogiendo, ya me dijeron. No tiene sentido eso, como crees que voy a hacer eso, tú eres mi novia. No te pudiste aguantar estúpido cerdo. Como te atreves a decirme que me amas mientras a mis espaldas te estás dando a la pinche esquelética. Como vas a creer eso mi amor, a mí no me gusta ella, está demasiado flaca, y ni siquiera me cae tan bien. Que importa cómo te caiga o qué te guste, el hecho es que te la estas cogiendo, ¡vete de aquí maldito asqueroso! Mientras los chotos me arrastran hacia la comisaría, voy repasando las últimas palabras que intercambié con mi Laurita. Alguien le dijo o me vio, quién sabe. Me corrió de su casa y fue así como terminé golpeando al vagabundo y ahora estoy en este lío. Llegando al precinto me saca de mis pensamientos un grito acusatorio de una mujer que reconozco como la madre de Laura. ¡Es él, él es el novio! Grita y patalea y llora. La tienen que alejar de mí, me quiere matar, está loca. No entiendo que está pasando. Los policías me cuestionan. Les digo que no sé nada. Me fui de su casa hace mucho, no sé de qué me están hablando. Pues vamos cabrón, para que veas lo que hiciste. Ahí sí que no te vas a poder zafar. Me llevan a la casa de Laura, todo está acordonado, los vecinos todos están afuera, viéndome. Quieren saber que pasó. Todos me juzgan, pero yo no hice nada. ¡Solo le pegué al señor, ¿porque me traen aquí?! Cállate a la verga, pendejo. Me meten a la casa y me empujan hacia la sala. En el sillón hay un cuerpo. Inmovible. Reconozco esa figura y esa ropa y esa piel y me pongo a llorar. Porque es mi Laurita, pero alguien le arrancó la piel de la cara. Hay sangre en todos lados y no puedo respirar. El dolor que siento es inmedible. Yo no fui, lo juro. Véela bien, culero, esto es tu culpa. Donde escondiste el arma. Yo no fui de verdad que no. Por favor déjenme salir de aquí.

Mi forcejeo se interrumpe cuando los policías dejan de resistirse. Porque han sacado sus armas, para apuntarlas contra una silueta que se mueve detrás del sillón. Alto ahí, quien eres, ¡¿qué haces aquí?! Las preguntas van una tras otra mientras esa cosa se acerca a nosotros.

Los gritos se terminan cuando el espectro habla.

¿Te gusta mi cabello, Marcelo?

Reconozco esa voz.

Entre lágrimas y mocos y respiros logro preguntar.

¿Karina?

No, Marcelo… ahora me llamo Laura.

Gerardo Gómez Ríos

Esposo, padre, hijo, ingeniero y autor.

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